17 marzo, 2013

PREGUNTAS DE MUJER


Lavinia
Ursula K. Le Guin


«-¿Por qué tiene que haber guerra?

- ¡Oh, Lavinia, ésa es una pregunta de mujer! Porque los hombres son hombres.»

Son muy escasos en La Eneida los episodios en los que Publio Virgilio Marón menciona a Lavinia: como madre del hijo póstumo del troyano Eneas; como hija de Latino, rey de Laurentum; como casus belli entre latinos y troyanos, o como arma blandida por los dioses para manejar la vida de los mortales a su antojo. Pero el poeta de Mantua nunca se refirió a ella como a una mujer, ni la dotó de vida, ni le infundió un espíritu, ni le regaló un alma inmortal y, por supuesto, jamás le concedió el don de la palabra. Pocas mujeres hay en la historia de la humanidad que tuvieran el honor de protagonizar las gestas de los hombres, de saborear la gloria del triunfo, de rozar el oro de las coronas o de compartir las proezas de los héroes, porque la literatura, a semejanza de la vida, las castigó con el olvido, les negó el honor, las despojó de su dignidad y las redujo a esclavas, a eslabones con los que forjar alianzas, o a malditos objetos de deseo desencadenantes de terribles calamidades.

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Las mujeres de Eneas tampoco escapan a la fatalidad: la desgraciada Creusa, separada de su esposo y su hijo, muere a mano de los griegos; la hermosa, desventurada y opulenta reina Dido, abandonada y ardiendo de amor, se suicida; y la joven y dulce Lavinia, oscurecida por la sombra y el recuerdo de Helena, traerá la guerra a Laurentum por deseo de los dioses.
Sin embargo, Ursula K. Le Guin concede a la princesa latina una última oportunidad de resarcimiento con la historia. Desde la triste certeza que otorga conocer el propio destino y el de los demás, Lavinia relata su vida, desde su feliz infancia hasta su muerte. Ante los agonizantes ojos de Virgilio, que acude sumiso a postrarse ante ella, Lavinia emprende un vuelo metaliterario, se sacude la rigidez de la palabra escrita y abandona el pergamino para vengarse de su hacedor.  Sus palabras y sus recuerdos se entremezclan con las estrofas del poeta, ignorante de que, al dotarla de una vida literaria breve, a la postre le estaba regalando la inmortalidad. Ahogada por la fama de su creador, eclipsada por la gloria de Eneas, y oscurecida por la trágica leyenda del infortunio de Dido, Lavinia reclama una vida propia que la poesía le negó desde su origen. «Oh, Lavinia, vales por diez Camillas y nunca me di cuenta». Una vida dolorosamente entrelazada con la de su marido, Eneas, y que es la historia del nacimiento de una nueva civilización. «El poeta le dio una vida, una vida grande, así que debe morir. Yo, a quien el poeta dio tan poca vida, puedo seguir adelante. Puedo vivir y ver la nube que hay sobre el mar, en el fin del mundo».

Consciente de la certidumbre de su existencia irreal, Lavinia juega también con el héroe Eneas, desconocedor de su propia contingencia y de la inutilidad de su albedrío, y se distrae llevándole a su terreno de mujer hasta generar en él sentimientos de culpa y arrepentimiento. «Puede que las mujeres sean más complejas. Que sepan cómo hacer más de una cosa a la vez. Para los hombres, eso llega más adelante. Si es que llega. Yo no sé si lo he aprendido aún».
La mujer que fue menospreciada por la historia y la literatura, invoca la presencia de Virgilio, le arrebata la palabra, se erige ante él como poseedora de una existencia más real que la suya propia, osa desafiarlo y reescribe su corta historia ante un hombre arrepentido de su obra, deseoso de reconciliarse con su criatura y redimirse de su error, y que, entre lamentos, le suplica: «Mantenme aquí. Mantenme aquí, Lavinia. Dime que es mejor estar vivo, es mejor ser un esclavo vivo que un Aquiles muerto. ¡Dime que puedo terminar mi obra!»

El escenario de leyenda en el que se desarrolla Lavinia es el marco ideal para que Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929), laureada escritora de ciencia ficción (La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos) y fantasía (ciclo de Terramar), se mueva con soltura por ese mundo fantástico con visos de realidad, lleno de paradojas temporales, guiños metaliterarios, leyendas inmortales y personajes mitológicos. Le Guin, considerada uno de los mejores autores de ciencia ficción, desplaza a Virgilio de la vida de Lavinia, la dota de una voz evocadora y sugerente, le devuelve una existencia preñada de poesía y regada por antiquísimas fábulas, y le concede la felicidad tras siglos de olvido: «Creo que si has perdido una gran felicidad y tratas de recordarla, sólo conseguirás llenarte de pesar, pero si no intentas aferrarte a la alegría, a veces descubres que mora en tu corazón y en tu cuerpo, silenciosa pero nutritiva. […] Haberla conocido es suficiente y lo es todo».

Lavinia, de Ursula K. Le Guin, no es una historia de héroes, ni de guerras, ni de la fundación de una ciudad. Es la historia de los hombres vista a través de los amorosos ojos de una mujer, devota hija, entregada madre y amante esposa, consciente de que «no es la muerte lo que nos permite entendernos, sino la poesía».
Y así sonaba en los oídos de Lavinia su primer poema, en boca de Virgilio, su padre imaginario: «No era una canción como los cantos de los pastores, los coros de los remeros o los himnos de Ambarvalia y Compitalia, ni como las canciones que entonan las mujeres todo el día mientras hilan, tejen, baten, cortan, limpian y barren. No tenía melodía. Las palabras eran su única música, las palabras eran el ritmo del tambor, el chasquido del telar, el ruido de los pasos, el golpe de los remos, el latido de los corazones, las olas que rompían en la playa de Troya, al otro lado del mundo».

Pilar Moreno Monteverde

Ursula K. Le Guin
LAVINIA
Minotauro 2009
384 páginas

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